Los truenos
que se ciernen
sobre nuestras
cabezas
nos impiden
ver más allá
de la propia
tormenta.
Los relámpagos
ciegan nuestras mentes,
pero con la
certeza de que…
tras la
tempestad llega la calma.
La aparición
del sol
calmará los
ánimos
y seguiremos
caminando
cogidos de
las manos,
entrelazando
nuestros dedos
para no
soltarnos nunca jamás.