Somos eternos
aún en la distancia.
Como dos árboles
que están cautivos
pero que enlazan, bajo tierra,
sus raíces para demostrar
que aquello que se quiere se puede.
Sin tocarse se unen
aún en la distancia.
Estar juntos en silencio
viendo como el viento
mueve las ramas
y mueve las hojas desesperadas.
Y como el sol calienta la savia
que corre por nuestras venas.
Y buscamos la complicidad
de la Luna y las estrellas,
para que, cuando nadie nos ve…
nuestro polen se junte
y los frutos salgan de la tierra.
Y sin miedo a nada,
que estamos en primavera
y cuando llegue el verano
los colores llenaran
nuestras mentes de felicidad eterna.
Una explosión desmesurada
que acabará regando las mieles
de la necesidad extrema
de amarse, en silencio,
aun cuando ya no sea primavera.